No es el circuito el que fabrica carreras aburridas, sino la propia F1 y sus reglas
Ya no es un príncipe. Ya es rey. Sebastian Vettel conquista Mónaco. No hay quien le pare. Si alguien dudaba de él, Montecarlo le ha consagrado; aquí sólo ganan los mejores, y no es por casualidad. Si John Frankenheimer todavía viviera, sin duda, habría reconocido el mismo ambiente de 1966. Aunque él, seguro, le habría dado más vida.

Siempre que veo a Lorenzo Bandini, Alberto Ascari, John Surtees, Jim Clark o a cualquier otro héroe en los viejos vídeos de Fórmula 1 de mi colección, pienso cómo sería ver aquel espectáculo en color, en alta definición y sin la pátina de irrealidad que queda marcada por el paso del tiempo en los viejos objetos que llegan a nuestras manos, 20, 30, 40 años más tarde de su creación.
Hoy, con todos los adelantos técnicos, con toda la parafernalia del siglo XXI, nada, absolutamente nada, ha sido capaz de igualar a las tomas más increíbles jamás rodadas en la historia sobre Fórmula 1. Fue en 1966 cuando un loco cineasta (John Frankenheimer) inmortalizó algo casi imposible: el mundial de Fórmula 1 a máxima definición, con total realismo y con las mejores tomas ni tan siquiera imaginadas en nuestros mejores sueños. El resultado se llamó 'Grand Prix' y es hoy, sin dudar, la mejor película sobre Fórmula 1 jamás creada. Y, a buen seguro, lo será por muchos años. Una película que más bien parece un documental, que resucita a las grandes leyendas del automovilismo que actuaron para dicho proyecto, dentro y fuera de los bólidos. Éstos rugen en nuestra pantalla plana como si la carrera se disputara hoy; y las cámaras subjetivas más increíbles nos hacen creer que lo que vemos es imposible que tenga casi medio siglo de historia. No fue casualidad que el arranque de dicho largometraje tuviera a Mónaco como telón de fondo; con la destrucción completa de Silverstone a manos de Hermann Tilke el año pasado, éste es el circuito que menos ha cambiado en la historia en todos los aspectos y excesos
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